miércoles, 20 de mayo de 2015

TITÁN VILLUERCAS 2015

Desde noviembre, que empecé cual globero a entrenar después de un largo período sin montar nada por una lesión, llevo pensando en participar en la Titán, en las Villuercas, en mi casa. Todavía me acuerdo de que apenas movía 100 vatios y me ponía a 120 pulsaciones (sí, esto suena muy friki de los entrenos pero cada mochuelo…), “horroroso” pensaba, subía una cuesta y me costaba un mundo. Todo costaba un mundo.

            Con disciplina, constancia y con más de 1.000 km indoor este invierno soñaba a través de una ventana que recorría Las Villuercas disfrutando de la bici, o sea, estando en forma. ¿Conseguido? Pues no. Mi ser inconformista no me deja pensar que estaba del todo bien. La verdad es que tengo suerte de haber entrenado, lo único que no he podido hacer es distancia que es lo que necesitaba para hacerlo todavía mejor. Por lo menos la bici estaba perfecta gracias a Marcos (mecánico de La Bicicleta).

            Este año mi amigo Óliver sí que me iba a acompañar y este era otro aliciente más para intentar prepararlo lo mejor posible. Y otro aliente más, los compañeros del Yellowteam que corrían en Maratón y Ultramaratón. Nuestro objetivo era bajar de las 6 horas. El año pasado hice más pero me tiré 3 horas de esas 6 sufriendo y mucho, es decir, no estaba en forma. Era orgullo y ganas de acabar y con tu gente arropándote en cada avituallamiento es como tener un tercer pulmón, pero recuerdo varias veces de decir “me paro, basta, no puedo”. Este año, como luego contaré, no fue así.

            Esta es mi preparación, lo que hace un individuo para conseguir disfrutar de algo, sin embargo, no me puedo imaginar todos los preparativos, reuniones, “peleas”, horas invertidas por los organizadores, esos verdaderos titanes. Hago referencia ahora porque está comprobado que nadie se lee más de un 20% de un artículo, je, je.


            Salida: Os podéis imaginar lo que es compartir algo con 800 personas: el nerviosismo de la salida, las caras, el calor que desprende cuando se está allí en medio (además del calor tremendo que hacía),… Es como un miura a punto de envestir. Como no lo afrontes con ganas, el miura te sobrepasa y solo quieres ponerte el último. Yo no, a mí me va, me pone, que se dice ahora. Aunque yo no tengo lo que tienen otros pero bueno, en mi nivel, no me achanto, es la fiebre de la competición, aunque sea la que tienes contigo mismo, ese chute de adrenalina que espontáneamente genera tu cuerpo.

            Nos colocamos juntos y, de repente, pensando que lo estábamos haciendo bien, nos dicen que nos quitemos y nos separamos. Empezamos la carrera y sálvese quien pueda, a todo gas, pensando que Óliver va detrás, a no mucho, ya que me pareció verle al final detrás de mí, si bien luego no estaba.

            Me había jurado salir de menos a más, frenando los caballos pero no conseguía bajar de pulso, me daba un poco igual porque las sensaciones eran buenas, “ya verás cuando pasen 3 horas, luego me lo vas a contar”, aunque ya digo, con buenas sensaciones.
           
            Los lunares (km. 15). No hay señal de Óliver, ¿habrá salido a conservar como me dijo? Ni de broma, ese no es Oliver, no me lo creo. ¡Qué vistas! No me canso. Este año solo le hice caso con el rabillo del ojo pero me bastó para retener esa imagen.

            Vamos en grupo. Unos pasan, otros se quedan,… Son zonas donde los caminos te ponen en tu sitio. Subiendo, mi sitio suele ser ir progresando y así iba, seguían las buenas sensaciones. Coronamos y hago la bajada hasta la carretera de Berzocana y me quedo solo, me conozco muy bien esa bajada y dónde se puede ir rápido, engancho con otro grupo que no dejaría en kilómetros.

            Alto del Sapillo. Me encuentro tan bien que empiezo a darle fuerte. Dejo el grupo y engancho con otros: bravuconada total. “¿Dónde vas Kiko?”. Bajo el ritmo en seguida, iba al 100% de pulso con 100 kilómetros para meta. Me relajo hasta llegar a Berzocana.

            Berzocana (km. 30). Me paro un minutillo porque llevo el portabidón suelto y me lo aprietan en la asistencia.

            Solana (km. 36). Hasta Solana continúo en solitario con unos corredores delante que veo a lo lejos, como a un minuto, cuando el terreno lo permite. Nos meten por una calleja llena de piedras, agua y barro que se me hace dura, farragosa y tengo que hacer parte desmontado (también me di cuenta en seguida de que metí demasiada presión a las ruedas). Me encuentro a Miguel, amigo y voluntario de la prueba que me dice que voy bien y que Óliver va lejos. Me quedo un poco sorprendido porque lo que esperaba era que me cogiera e hiciéramos el resto juntos (si era posible). Por eso tampoco había bajado el ritmo confiando en su llegada y yo, para ser totalmente sincero, pensaba que cuanto más tarde me cogiera, más tarde me iba a sacar hasta las bielas. Seguía a mi ritmo y de nuevo me encontraba bien.

            Como anécdota, una reportera de un canal de televisión me intentó entrevistar. Siento mucho no haber estado con más chispa y haberla atendido como se merecía. Apenas me da tiempo de contestar con un absurdo “que me quedan cuatro horas” a su pregunta de qué pensaba de la prueba. Que me perdone.

            Las cuatro subidas (km. 36 a 65,5). Empieza el penadero que comienza en Solana y acaba en el alto del Valle del Viejas. Cuatro subidas seguidas que culminan con el camino de piedras que da a la parte de mayor altitud de la puerta. ¡Qué divertidas esas piedras! ¡Uf, uf, uf! Es lo único que se me viene a la cabeza. Sigo muy bien, tengo en mi cabeza al Kiko de 2014, que lo pasó mal ya aquí y, sin embargo, esta vez iba muy bien: ritmo, pulso ok, ritmo, pulso ok… Y así otra vez alcanzando a gente, aunque siempre junto con un par de compañeros de Las Hurdes.

            Valle Santa Lucía (km. 46,6). ¡¡KIKOOOOOOOOOOOOOOO!! Escucho a Óliver detrás de mí casi coronando, me paro y empezamos una aventura que acabaría en meta. Cuando llega a mi altura me cuenta toda la historia: que me había esperado hasta dos veces, que pensaba que iba detrás… Si estás fuerte tira, yo sigo a mi ritmo. De momento se queda conmigo, “ya tiraré después en el Viejas”. Le veo contento, se ha guardado mucho (me sorprende) y sabe que si todo va bien saca el cuchillo y a muerte a por la última parte, lo acordado. Qué bien sienta cuando planeas algo y te sale, de momento.

            Valle del Viejas (km. 65,5). Comienzo la subida con no tan buenas sensaciones después de ver cómo no iba nada bien en la anterior ascensión. Me preocupo mucho de comer y beber bien, llevo todo el cullot lleno de envases de geles vacíos. Óliver decide tirar hacia delante, me tranquilizo ya que no puedo seguirle (ni debo, si quiero acabar bien) y sigo a ritmo. No consigue despegarse y me extraña que otra vez haya decidido aflojar, algo pasa. Empieza su calvario: un dolor en los pies le frena, le arden y se le duermen. Una pena porque iba muy bien y porque hasta el final nos tuvimos que parar varias veces y fuimos en ocasiones al “tran tran” hasta meta. No podía ir rápido, cosas que pasan. Por otro lado, yo hubiera estado tres horas sufriendo su ritmo pero seguro que hubiéramos tenido una buena recompensa: por lo menos bajar de las 6 horas, objetivo inicial que se veía muy cerca a mitad de prueba.

Fotos hechas por Canosport

           
            De Humilladero a Guadalupe (km. 71 a 75). ¡Qué locura de bajada! Me encanta: pasillo de medio metro, piedras, curvas, desnivel. Solo se puede hacer a tope. Hacedlo aunque sea subiendo el coche al Humilladero, pero hacedlo, lo vais a disfrutar y si lo hacéis desde el Valle del Viejas siguiendo la ruta del Onceno ya sería la leche.

            De Guadalupe a Puertollano (km. 75 a 92). Me encuentro mucho mejor, no tengo problemas para seguir a Óliver pero él continúa sufriendo y seguimos sin apretar, luego tampoco dice mucho. Aquí es cuando intento animarle y que sigamos pero me imagino que tiene que ir mal para no apretar más. Aún con esto, yo estoy disfrutando de ir juntos, se compite de otra manera cuando es por parejas, otra sensación, un apoyo, un tío que te hace sufrir e intenta sacar lo máximo de ti. Creo que haremos alguna ruta por parejas, seguro.

            “El primo” y compañía nos espera siempre con agua fresquita y nos ayuda a lo que sea, no te imaginas, Primo, cómo esperaba tu agua. Llevaba la mochila vacía hacía un buen rato.

            De Puertollano a Cañamero (km. 92 a 100). Sin novedad, excepto por otra paradiña (que parece que le dio fuerzas a mi pareja) y yo que hago parte del desfiladero andando con tirones, aquí están las 5 horas y pico que llevábamos. Otro Primo para dar agua. Es lo que tiene correr en casa.

            De Cañamero a Meta (km. 100 a 118). Decido dar lo que me queda, a tope, a recortar lo que se pueda. Óliver aguanta. Creo que estos últimos 18 km ha andado cerca de los 30 km/h. Me quedé sin fuerzas en la Vía Verde y ya no podía más. “Venga hacemos la subida ya tranquilos y entramos en meta”.

            Meta. 6 h. 12 min. Contento por muchas cosas pero quizás ese sabor agridulce como reconoció mi compañero.


Fotos hechas por Canosport

            Como siempre digo, muchas gracias a todos los que hacen posible que disfrute de este deporte. Organización, espectacular; voluntarios, impresionantes; avituallamientos, perfectos, ¡de 10 chicos! Sin olvidar a la familia que también lo sufre.


            ¡¡Nos vemos en 2016, con un titancín que espero que me pueda ver!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tiempo en Logrosán