Desde noviembre, que empecé cual globero a entrenar después de un largo
período sin montar nada por una lesión, llevo pensando en participar en la
Titán, en las Villuercas, en mi casa. Todavía me acuerdo de que apenas movía
100 vatios y me ponía a 120 pulsaciones (sí, esto suena muy friki de los entrenos pero cada mochuelo…), “horroroso”
pensaba, subía una cuesta y me costaba un mundo. Todo costaba un mundo.
Con
disciplina, constancia y con más de 1.000 km indoor este invierno soñaba a través
de una ventana que recorría Las Villuercas disfrutando de la bici, o sea,
estando en forma. ¿Conseguido? Pues no. Mi ser inconformista no me deja pensar
que estaba del todo bien. La verdad es que tengo suerte de haber entrenado, lo
único que no he podido hacer es distancia que es lo que necesitaba para hacerlo
todavía mejor. Por lo menos la bici estaba perfecta gracias a Marcos (mecánico
de La Bicicleta).
Este
año mi amigo Óliver sí que me iba a acompañar y este era otro aliciente más
para intentar prepararlo lo mejor posible. Y otro aliente más, los compañeros
del Yellowteam que corrían en
Maratón y Ultramaratón. Nuestro objetivo era bajar de las 6 horas. El año
pasado hice más pero me tiré 3 horas de esas 6 sufriendo y mucho, es decir, no
estaba en forma. Era orgullo y ganas de acabar y con tu gente arropándote en
cada avituallamiento es como tener un tercer pulmón, pero recuerdo varias veces
de decir “me paro, basta, no puedo”. Este año, como luego contaré, no fue así.
Esta
es mi preparación, lo que hace un individuo para conseguir disfrutar de algo, sin
embargo, no me puedo imaginar todos los preparativos, reuniones, “peleas”,
horas invertidas por los organizadores, esos verdaderos titanes. Hago
referencia ahora porque está comprobado que nadie se lee más de un 20% de un
artículo, je, je.
Salida: Os podéis imaginar lo que es compartir
algo con 800 personas: el nerviosismo de la salida, las caras, el calor que
desprende cuando se está allí en medio (además del calor tremendo que hacía),…
Es como un miura a punto de envestir. Como no lo afrontes con ganas, el miura
te sobrepasa y solo quieres ponerte el último. Yo no, a mí me va, me pone, que se dice ahora. Aunque yo no
tengo lo que tienen otros pero bueno, en mi nivel, no me achanto, es la fiebre
de la competición, aunque sea la que tienes contigo mismo, ese chute de
adrenalina que espontáneamente genera tu cuerpo.
Nos
colocamos juntos y, de repente, pensando que lo estábamos haciendo bien, nos
dicen que nos quitemos y nos separamos. Empezamos la carrera y sálvese quien pueda,
a todo gas, pensando que Óliver va detrás, a no mucho, ya que me pareció verle
al final detrás de mí, si bien luego no estaba.
Me
había jurado salir de menos a más, frenando los caballos pero no conseguía
bajar de pulso, me daba un poco igual porque las sensaciones eran buenas, “ya
verás cuando pasen 3 horas, luego me lo vas a contar”, aunque ya digo, con
buenas sensaciones.
Los lunares (km. 15). No hay señal de Óliver, ¿habrá
salido a conservar como me dijo? Ni de broma, ese no es Oliver, no me lo creo.
¡Qué vistas! No me canso. Este año solo le hice caso con el rabillo del ojo
pero me bastó para retener esa imagen.
Vamos
en grupo. Unos pasan, otros se quedan,… Son zonas donde los caminos te ponen en
tu sitio. Subiendo, mi sitio suele ser ir progresando y así iba, seguían las
buenas sensaciones. Coronamos y hago la bajada hasta la carretera de Berzocana
y me quedo solo, me conozco muy bien esa bajada y dónde se puede ir rápido,
engancho con otro grupo que no dejaría en kilómetros.
Alto del Sapillo. Me encuentro tan bien
que empiezo a darle fuerte. Dejo el grupo y engancho con otros: bravuconada
total. “¿Dónde vas Kiko?”. Bajo el ritmo en seguida, iba al 100% de pulso con 100 kilómetros para
meta. Me relajo hasta llegar a Berzocana.
Berzocana (km. 30). Me paro un minutillo porque llevo el portabidón
suelto y me lo aprietan en la asistencia.
Solana (km. 36). Hasta Solana continúo
en solitario con unos corredores delante que veo a lo lejos, como a un minuto, cuando
el terreno lo permite. Nos meten por una calleja llena de piedras, agua y barro
que se me hace dura, farragosa y tengo que hacer parte desmontado (también me
di cuenta en seguida de que metí demasiada presión a las ruedas). Me encuentro
a Miguel, amigo y voluntario de la prueba que me dice que voy bien y que Óliver
va lejos. Me quedo un poco sorprendido porque lo que esperaba era que me
cogiera e hiciéramos el resto juntos (si era posible). Por eso tampoco había
bajado el ritmo confiando en su llegada y yo, para ser totalmente sincero,
pensaba que cuanto más tarde me cogiera, más tarde me iba a sacar hasta las
bielas. Seguía a mi ritmo y de nuevo me encontraba bien.
Como
anécdota, una reportera de un canal de televisión me intentó entrevistar. Siento
mucho no haber estado con más chispa
y haberla atendido como se merecía. Apenas me da tiempo de contestar con un
absurdo “que me quedan cuatro horas” a su pregunta de qué pensaba de la prueba.
Que me perdone.
Las cuatro subidas (km. 36 a 65,5). Empieza el penadero que comienza en Solana y acaba
en el alto del Valle del Viejas. Cuatro subidas seguidas que culminan con el
camino de piedras que da a la parte de mayor altitud de la puerta. ¡Qué
divertidas esas piedras! ¡Uf, uf, uf! Es lo único que se me viene a la cabeza.
Sigo muy bien, tengo en mi cabeza al Kiko
de 2014, que lo pasó mal ya aquí y, sin embargo, esta vez iba muy bien: ritmo,
pulso ok, ritmo, pulso ok… Y así otra vez alcanzando a gente, aunque siempre
junto con un par de compañeros de Las Hurdes.
Valle Santa Lucía (km. 46,6). ¡¡KIKOOOOOOOOOOOOOOO!! Escucho a Óliver
detrás de mí casi coronando, me paro y empezamos una aventura que acabaría en
meta. Cuando llega a mi altura me cuenta toda la historia: que me había
esperado hasta dos veces, que pensaba que iba detrás… Si estás fuerte tira, yo sigo a mi ritmo. De momento se queda
conmigo, “ya tiraré después en el Viejas”.
Le veo contento, se ha guardado mucho (me sorprende) y sabe que si todo va bien
saca el cuchillo y a muerte a por la última parte, lo acordado. Qué bien sienta
cuando planeas algo y te sale, de momento.
Valle del Viejas (km. 65,5). Comienzo
la subida con no tan buenas sensaciones después de ver cómo no iba nada bien en
la anterior ascensión. Me preocupo mucho de comer y beber bien, llevo todo el
cullot lleno de envases de geles vacíos. Óliver decide tirar hacia delante, me
tranquilizo ya que no puedo seguirle (ni debo, si quiero acabar bien) y sigo a
ritmo. No consigue despegarse y me extraña que otra vez haya decidido aflojar,
algo pasa. Empieza su calvario: un dolor en los pies le frena, le arden y se le
duermen. Una pena porque iba muy bien y porque hasta el final nos tuvimos que
parar varias veces y fuimos en ocasiones al “tran tran” hasta meta. No podía ir
rápido, cosas que pasan. Por otro lado, yo hubiera estado tres horas sufriendo
su ritmo pero seguro que hubiéramos tenido una buena recompensa: por lo menos
bajar de las 6 horas, objetivo inicial que se veía muy cerca a mitad de prueba.
Fotos hechas por Canosport
De Humilladero a Guadalupe (km. 71 a 75). ¡Qué locura de bajada! Me
encanta: pasillo de medio metro, piedras, curvas, desnivel. Solo se puede hacer
a tope. Hacedlo aunque sea subiendo el coche al Humilladero, pero hacedlo, lo
vais a disfrutar y si lo hacéis desde el Valle del Viejas siguiendo la ruta del
Onceno ya sería la leche.
De Guadalupe a Puertollano (km. 75 a 92). Me encuentro mucho mejor, no
tengo problemas para seguir a Óliver pero él continúa sufriendo y seguimos sin
apretar, luego tampoco dice mucho. Aquí es cuando intento animarle y que
sigamos pero me imagino que tiene que ir mal para no apretar más. Aún con esto,
yo estoy disfrutando de ir juntos, se compite de otra manera cuando es por
parejas, otra sensación, un apoyo, un tío que te hace sufrir e intenta sacar lo
máximo de ti. Creo que haremos alguna ruta por parejas, seguro.
“El
primo” y compañía nos espera siempre con agua fresquita y nos ayuda a lo que
sea, no te imaginas, Primo, cómo esperaba tu agua. Llevaba la mochila vacía
hacía un buen rato.
De Puertollano a Cañamero (km. 92 a 100). Sin novedad,
excepto por otra paradiña (que parece
que le dio fuerzas a mi pareja) y yo que hago parte del desfiladero andando con
tirones, aquí están las 5 horas y pico que llevábamos. Otro Primo para dar
agua. Es lo que tiene correr en casa.
De Cañamero a Meta (km. 100 a 118). Decido dar lo
que me queda, a tope, a recortar lo que se pueda. Óliver aguanta. Creo que
estos últimos 18 km
ha andado cerca de los 30
km/h . Me quedé sin fuerzas en la Vía Verde y ya no podía
más. “Venga hacemos la subida ya tranquilos y entramos en meta”.
Meta. 6 h. 12 min. Contento por muchas cosas pero quizás ese sabor
agridulce como reconoció mi compañero.
Fotos hechas por
Canosport
Como
siempre digo, muchas gracias a todos los que hacen posible que disfrute de este
deporte. Organización, espectacular; voluntarios, impresionantes;
avituallamientos, perfectos, ¡de 10 chicos! Sin olvidar a la familia que
también lo sufre.
¡¡Nos vemos en 2016, con un titancín
que espero que me pueda ver!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario